El pasado 31 de mayo,
el periódico económico El Economista se hizo
eco
de unas jornadas sobre los retos del sector del vino y las recomendaciones del Estudio estratégico sobre la recuperación
del consumo del vino en España, encargado por la organización
Interprofesional del Vino. Destacan que entre las preocupaciones del sector
debe figurar la introducción de los jóvenes al consumo del vino. Perdón,
“jóvenes” ya no es el término, es “millennials” lo que se estila. Se recomienda
para tal misión, nada nueva por otro lado, que los vinos sean fáciles de beber,
entendiendo por ello una baja graduación alcohólica, sabor afrutado y fresco,
nada adstringente y, como no, a un precio asequible. Luego se hace referencia a
ejemplos de éxitos recientes en la conquista de este público objetivo, sobre la
base de la imagen juvenil (tipo “Think Pink”) y los nichos estacionales (verano
= fresco y ligero).
A la hora de evaluar
este tipo de propuestas, conviene descomponer la correlación entre los jóvenes
y el consumo en términos de efectos de
edad y efectos generacionales.
Los primeros reflejan los efectos que tiene la edad (biológica, social,
psíquica) en el perfil de consumo; los segundos recogen las variaciones en el consumo
según la pertenencia a una cohorte definida por cuándo nacieron las personas
(algo que parece indicar la expresión “millennials”). La edad cambia –las
personas envejecemos y con ello cambian nuestros gustos y necesidades–, pero no
cambia la generación a la que pertenecemos. Si todo el comportamiento de los
jóvenes se explicara por la edad, sólo habría que esperar a que cambien sus
gustos a medida que avance su edad; en caso contrario, si todo se explicara por
los efectos generacionales, en los conciertos de Rafael no habría jóvenes
nunca.
Como
era de esperar, la realidad suele ser una superposición de ambos efectos y de
ahí la importancia de la iniciación al consumo y de las correspondientes
medidas de promoción. No obstante, y como indica el propio concepto de
“iniciación”, debe haber una prolongación posterior de maduración y
aculturación hacia otros vinos más avanzados, una transición que también debe
verse acompañado por los incentivos del marketing, porque posiblemente no sea
automática. Vender vinos que parecen cervezas logra facturar productos
derivados de la uva y no de la cebada (buena noticia para la economía del
sector), pero no debería presentarse como una solución suficiente para un reto
más a largo plazo: educar y convencer. Sin esto los efectos de edad no transformarán los efectos generacionales. Dicha de otra forma: no sólo son “millennials”,
también son jóvenes. Y re-ocupar el nicho que antes se llamaba Mateus Rosé por un Think Pink está bien, pero lejos de ser suficiente.
D.G.
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