lunes, 21 de septiembre de 2015

Bolsa-en-caja. Perdón, ¡bag-in-box!




En su momento, cuando la leche pasó de la botella al cartón y luego a tetrabrik, hubo debate. Hoy ya nadie duda de la adecuación de un envase de bajo coste de transporte que protege al producto lácteo de la influencia del sol. No cabe duda de que un ladrillo de esos es más feo que una bonita botella; pero tampoco está sujeto a debate en los aparcamientos de los supermercados que un tetrabrik pesa mucho menos que una botella.

Ahora tenemos en el mundo de los envases del vino también un nuevo invitado en la mesa: los bag-in-box. Se trata de envases de cartón de diversos tamaños (3 o 5 litros son los más frecuentes en los puntos de venta), en cuyo interior hay una bolsa de plástico opaco. A diferencia del tetrabrik su volumen interior es ajustable a la cantidad de líquido que queda dentro, reduciendo así el contacto del producto con el oxígeno. Esto es interesante para envases de mayor volumen cuyo contenido se consume poco a poco y que sea vulnerable a la oxidación, como es el vino. En este sentido, el envase bag-in-box no es perjudicial para la salud del vino, un garrafón a medio llenar lo es mucho más. Y un corcho en mal estado también.

No obstante, se puede argumentar que un buen vino en una caja de cartón no tiene la misma prestancia, ni provoca tanto el interés del consumidor en el lineal. Estamos acostumbrados a ver estos cartones, los tetrabriks en concreto, para los vinos baratos, no para los buenos. Por lo tanto, si ante nuestros ojos aparece en el lineal un envase grande en formato de caja de cartón, tendemos a pensar que la calidad del contenido debe ser menor. Un perfume se podría vender en envases baratos y poco llamativos, pero por razones obvias esto no ocurre. Por lo tanto, la decisión sobre el envase por parte de la bodega se adentra en un dilema cuando el vino es de cierta calidad y precio. Se deben contrapesar la pérdida de imagen con los ahorros de costes que hacen el producto más competitivo en precio. En términos aproximados, el bag-in-box de 5 litros cuesta 20 céntimos por litro de vino, frente a los 43 céntimos del vidrio de una botella básica. A estas diferencias se añaden otras relacionadas con el transporte y almacenamiento, porque los bag-in-box permiten almacenar más vino en un metro cúbico. Por lo tanto, es la vieja cantinela: diferenciarse de los competidores por la vía de la calidad percibida por el consumidor o por unos precios más bajos. Estas percepciones pueden cambiar; ello depende, entre otras cosas, de la calidad de lo que se encuentra en estas cajas. Además, ¿quién ha dicho que las cajas tengan que ser necesariamente feas? Sus presentaciones pueden y deben mejorar.

Finalmente, en términos medioambientales la comparación entre la botella y el bag-in-box tampoco arroja un claro ganador. Ambos son reciclables, ninguno es reutilizado. La botella podría reutilizarse en un sistema de retorno, pero no es el caso: la botella va al contenedor de vidrio. Del bag-in-box también se puede reciclar buena parte de sus materiales a través de la separación de los mismos.


D.G.

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