En su momento,
cuando la leche pasó de la botella al cartón y luego a tetrabrik, hubo debate.
Hoy ya nadie duda de la adecuación de un envase de bajo coste de transporte que
protege al producto lácteo de la influencia del sol. No cabe duda de que un
ladrillo de esos es más feo que una bonita botella; pero tampoco está sujeto a
debate en los aparcamientos de los supermercados que un tetrabrik pesa mucho
menos que una botella.
Ahora tenemos en el
mundo de los envases del vino también un nuevo invitado en la mesa: los
bag-in-box. Se trata de envases de cartón de diversos tamaños (3 o 5 litros son
los más frecuentes en los puntos de venta), en cuyo interior hay una bolsa de
plástico opaco. A diferencia del tetrabrik su volumen interior es ajustable a
la cantidad de líquido que queda dentro, reduciendo así el contacto del
producto con el oxígeno. Esto es interesante para envases de mayor volumen cuyo
contenido se consume poco a poco y que sea vulnerable a la oxidación, como es
el vino. En este sentido, el envase bag-in-box no es perjudicial para la salud
del vino, un garrafón a medio llenar lo es mucho más. Y un corcho en mal estado
también.
No obstante, se
puede argumentar que un buen vino en una caja de cartón no tiene la misma prestancia,
ni provoca tanto el interés del consumidor en el lineal. Estamos acostumbrados
a ver estos cartones, los tetrabriks en concreto, para los vinos baratos, no
para los buenos. Por lo tanto, si ante nuestros ojos aparece en el lineal un
envase grande en formato de caja de cartón, tendemos a pensar que la calidad del
contenido debe ser menor. Un perfume se podría vender en envases baratos y poco
llamativos, pero por razones obvias esto no ocurre. Por lo tanto, la decisión
sobre el envase por parte de la bodega se adentra en un dilema cuando el vino es
de cierta calidad y precio. Se deben contrapesar la pérdida de imagen con los
ahorros de costes que hacen el producto más competitivo en precio. En términos
aproximados, el bag-in-box de 5 litros cuesta 20 céntimos por litro de vino,
frente a los 43 céntimos del vidrio de una botella básica. A estas diferencias
se añaden otras relacionadas con el transporte y almacenamiento, porque los
bag-in-box permiten almacenar más vino en un metro cúbico. Por lo tanto, es la
vieja cantinela: diferenciarse de los competidores por la vía de la calidad
percibida por el consumidor o por unos precios más bajos. Estas percepciones
pueden cambiar; ello depende, entre otras cosas, de la calidad de lo que se
encuentra en estas cajas. Además, ¿quién ha dicho que las cajas tengan que ser necesariamente
feas? Sus presentaciones pueden y deben mejorar.
Finalmente, en
términos medioambientales la comparación entre la botella y el bag-in-box
tampoco arroja un claro ganador. Ambos son reciclables, ninguno es reutilizado.
La botella podría reutilizarse en un sistema de retorno, pero no es el caso: la
botella va al contenedor de vidrio. Del bag-in-box también se puede reciclar
buena parte de sus materiales a través de la separación de los mismos.
D.G.
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