¿Confrontación? ¿Elección? ¿Sustitución?
…
Para nada, sencillamente
complementariedad.
En la última década, muchas bodegas
han realizado grandes esfuerzos por atraer a turistas circunstanciales hasta
sus viñedos y bodegas. El esfuerzo ha sido importante y se enmarca dentro de la
etiqueta conocida como “enoturismo” o turismo enológico, a través de la cual
los consumidores interesados pueden disfrutar de un recorrido por los distintos
paisajes vitivinícolas y en donde de primera mano pueden tener un intercambio
de opiniones con los bodegueros o viticultores hacedores de dicho paisaje; en
otras palabras, pueden integrarse plenamente en el “terroir” y sentirse por unas horas como uno de ellos,
olvidando su vida rutinaria.
Evidentemente, la acción contada así,
resulta atractiva para los que deseen explorar el medio rural al más puro
estilo Paul Giamatti en Entre copas
(2004), el laureado film de Alexander Payne que acercó al gran público el mundo
vitivinícola sin complejidades. En resumen, en el enoturismo se da una
traslación física del consumidor hasta el medio vitivinícola que suele reportar
un elevado grado de satisfacción para el propio consumidor aventurado a
recorrer kilómetros hasta llegar al interior de la propia barrica a degustar.
La otra cara del asunto la supone el
“Enourbe”. Una palabreja que viene a complementar al propio enoturismo; ya que,
por enourbe se considera acercar el medio vitivinícola a la ciudad, esto es,
transportar de manera concentrada y temporal todo el potencial vitivinícola
hasta el entorno urbano, para que el propio público de la ciudad pueda
disfrutar de los atributos vitivinícola sin necesidad de desplazamiento hasta
el campo.
Ambos conceptos son sumamente
interesantes y su aplicación conlleva un moderado esfuerzo por parte de las
bodegas que deseen implementarlo. Asunto aparte, los resultados inmediatos de
cada acción variarán en función de los consumidores que las bodegas sean
capaces de atraer con su propuesta.
Un dato: en la plaza de mi ciudad
siempre hay viandantes.