El
mercado mundial del vino está inmerso en una progresiva reducción en las
diferencias entre las pautas nacionales de consumo. Como retrata el estudio
estadístico de Andrea Dal Bianco, Vasco Boatto y Francesco Caracciolo (ver
tabla), durante las últimas décadas los países de tradición productora y, por
ende, de elevados consumos per cápita han experimentado una contundente
reducción del consumo. En España, que se encuentra en este grupo, el consumo
por persona se redujo en un 72% entre 1963 y 2009. Valores similares se
observan en otros países del entorno, como Francia, Italia y Portugal, pero
también en Sudamérica (Argentina, Chile). En este contexto, mantener o ampliar
la producción ha implicado un mayor esfuerzo exportador, debido a la
contracción de los respectivos mercados nacionales. En el grupo opuesto, los
países de mayores crecimientos del consumo de vino se ubican en contextos de
escasa tradición productora y que van adquiriendo con los años un peso
creciente como mercados importadores, pero en algunos casos también por la
expansión de su producción propia. Gran parte de estos países son anglosajones
(Reino Unido, Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos), asiáticos (Japón) y
del norte de Europa (Dinamarca, Suecia, Holanda).
Estas
tendencias opuestas provocan una lenta pero persistente convergencia entre
ambos grupos de países, todavía separados por grandes diferencias en los
niveles de consumo, que desemboca en un mundo de diferencias menguantes en las
pautas de consumo. Esta convergencia es tanto cuantitativa como cualitativa.
Cuantitativa, porque tendemos a la homogeneización de las cantidades consumidas
en países con recurridos históricos diferentes. Pero es también cualitativa, al
extenderse la cultura del vino hacia otras latitudes en las que este producto
no cuenta con un enraizamiento cultural del consumo en la producción propia.
Mientras en los países de tradición vitivinícola los patrones se han ido
moviendo desde el consumo cotidiano (vino de la zona durante las comidas
domésticas) hacia un producto más selecto de mayor calidad (embotellado con
Denominación de Origen), en los países de consumo emergente la tendencia es la
opuesta. Se inicia desde el posicionamiento como producto importado para un
segmento de lujo para moverse posteriormente hacia la gran distribución y la
mesa de un mayor número de hogares.
Extraído
de: Andrea Dal Bianco, Vasco Boatto, Francesco Caracciolo (2013), Cultural
convergences in worldwineconsumption, Rev. FCA UNCUYO. 2013. 45(2): 219-231, p.
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Estas
tendencias, de largo recorrido temporal y lejos de terminar, tienen importantes
implicaciones para los productores. Primero, una parte creciente del consumo de
vino se realiza en lugares donde no se cultiva la vid, estimulándose de esta
forma el crecimiento del comercio internacional con este producto y la necesidad
de consolidar marcas internacionales por parte de las zonas excedentarias
(España es una de ellas). Segundo, extender la cultura del vino hacia países no
productores conlleva un esfuerzo de promoción de la cultura gastronómica en la
que está insertado el producto (piénsese en la “cocina española” como vector de
comunicación en este sentido). Volviendo la mirada hacia Canarias, ello implica
“explicar” nuestros vinos a los turistas, no simplemente vendérselos. Tercero,
los productores locales ubicados en zonas donde el consume se contrae, no
pueden dejar la defensa de su mercado de proximidad en manos de la tradición;
tendrán que adaptarse a la internacionalización de lo local para sobrevivir en
un universo cada vez más diverso que va poblando los lineales de los
supermercados. Esto no significa hacer Cabernet Sauvignon en Canarias, más bien
lo contrario, pero sí obliga a enfrentarse al Cabernet chileno (o de donde sea)
puesto en el lineal a 4 euros o menos. Argumentos los hay, pero hay que
explicarlos.
D.G.
.. interesante análisis... y lo comparto...
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